‘Descifrando el acertijo’, de Chesterton. Pero, ¿qué acertijo?

El texto original de Chesterton de esta semana es un breve ensayo que procede de El hombre corriente (Espuela de plata, 2013, pp.75-79), y la traducción es de Abelardo Linares. Como sabemos, ésta recopilación póstuma es la última que GK llegó a revisar personalmente, y este artículo particularmente tiene el tono sereno del recuerdo, pero la frescura de su ironía y su paradoja.

Chesterton: la verdadera diferencia está entre una quietud de misterio y un estallido de explicación'.

Chesterton: ‘La verdadera diferencia está entre una quietud de misterio y un estallido de explicación’. Foto: Personaliza tu papel pintado.

Hace un infinito número de años, cuando yo era la debilidad mayor de la oficina de un editor, recuerdo que ese establecimiento publicó cierto libro de filosofía modernísima; una obra que explicaba en forma elaborada y evolucionista, todo y nada; una obra de la Nueva Teología. Se titulaba ‘El gran problema resuelto’ o algo así. A los pocos días de estar en la calle, el libro obtuvo un inesperado éxito. Los libreros nos pedían datos sobre él, los viajantes venían y preguntaban por él, hasta el público común se agolpaba en la puerta y enviaba a los más arrojados a hacer preguntas.

Hasta al editor le pareció extraordinaria esta popularidad; a mí (que me había zambullido en la obra cuando podía haber estado haciendo otra cosa) me resultó absolutamente increíble.

Al cabo de un tiempo, sin embargo, una vez que examinaron ‘El gran problema resuelto’, se resolvió el problema menor. Descubrimos que la gente lo estaba comprando creyendo que era una novela policiaca. No los culpo por su deseo y mucho menos por su desilusión. Debe haberlos exasperado (a mí me hubiera enfurecido abrir un libro con la esperanza de encontrar una novela entretenida, benévola, humana, sobre un hombre asesinado en un armario, y encontrarse en cambio con un montón de mala y aburrida filosofía sobre el progreso ascendente y la moral más pura. Yo preferiría leer cualquier libro de detectives antes que ese otro libro. Prefiero pasar el tiempo tratando de descubrir por qué está muerto un hombre muerto antes que ir comprendiendo lentamente por qué cierto filósofo no estuvo vivo jamás.

Pero este pequeño incidente me impresionó como símbolo de lo que realmente está mal en la moderna religión popular. ¿Por qué una obra de teología moderna es menos arrebatadora, menos alarmante para el alma que un libro de tonta ficción detectivesca? ¿Por qué un libro de teología moderna arrebata y alarma menos el alma que una obra de teología antigua? Cuando aquellos infortunados clientes compraron El gran problema resuelto, tal vez fuera inevitable que sintieran desairadamente enfriado y abatido su ánimo; tal vez ninguna obra filosófica puede ser realmente tan buena como una buena novela policial. Pero de todos modos, no era en absoluto obligatorio que existiera semejante abismo entre ellas. La gente necesita no sentir que ha pagado por la clase de libro más emocionante del mundo y que consiguió, tan sólo, la clase de libro menos emocionante. Debe haber algo que no marcha si la actividad humana más trascendente es también la menos emocionante. Algo debe marchar mal si todo carece de interés.

Un hombre llamado Smith sale a dar un paseo y se detiene en una librería donde ve un libro titulado El gran problema resuelto. Si Smith descubre que este libro resuelve un problema criminal, queda fascinado. Si Smith descubre que resuelve un problema de ajedrez, se siente interesado. Si Smith descubre que soluciona el problema del último número de ‘Answers’, se siente genuinamente animado. Pero si Smith descubre que soluciona el problema de Smith, que explica las piedras bajo sus pies y las estrellas sobre su cabeza, que le dice de pronto por qué le gusta el ajedrez y las novelas de detectives o cualquier otra cosa; si, como digo, Smith descubre que el libro explica a Smith… entonces nos dicen que lo encuentra aburrido. Tal vez sea un prejuicio democrático, pero no me lo creo. Creo que a Smith le gustan más los problemas de ajedrez modernos que los modernos problemas filosóficos por la sencilla razón de que son mejores. Creo que prefiere una moderna novela de detectives a una religión moderna simplemente porque existen algunas buenas novelas de detectives modernas y ninguna buena religión moderna. En suma, compra El gran problema resuelto como novela policial porque sabe que en una novela policial, de un modo u otro, se resolverá el gran problema. Y no lo compra como libro de filosofía moderna porque sabe que en un libro de filosofía moderna no se resuelve en modo alguno el gran problema. Ese título, como título de una novela de detectives es sensacional, pero como título de una obra metafísica es una estafa. Aquellos remotos amigos míos compraron el libro creyendo que resolvería el misterio de Berqueley-square, pero lo arrojaron como si fuera un ladrillo caliente cuando descubrieron que únicamente se proponía resolver el problema de la existencia. Pero si ellos hubieran creído por un instante que realmente resolvía el problema de la existencia no lo hubieran arrojado como un ladrillo caliente, sino que hubieran caminado diez millas sobre ladrillos calientes para conseguirlo.

Aquel olvidado libro puede considerarse como modelo de toda la nueva literatura teológica. Lo malo de ella no es que pretenda establecer la paradoja de Dios, sino que se propone establecer la paradoja de Dios como una perogrullada. Podemos o no podemos ser capaces de resolver el secreto divino; pero al menos no podemos permitir que se evapore; si alguna vez llegamos a conocerlo, será algo inconfundible, matará o curará. El judaísmo, con su oscura sublimidad, decía que si un hombre viese a Dios, moriría. El cristianismo conjetura que (por una fatalidad catastrófica) si ve a Dios vivirá para siempre. Pero suceda una u otra cosa, será algo decisivo e indudable. Un hombre puede morir después de ver a Dios; pero por lo menos no se sentirá más o menos indispuesto, ni tendrá que beber alguna medicina y llamar al médico. Si alguno de nosotros alguna vez lee el acertijo, lo leerá en brutal negro y resplandeciente blanco, exactamente igual que lo leería en una novela barata de detectives. Y si alguna vez encuentra la solución, sabremos que la solución es la correcta.

Sin duda en todas las religiones reales ha existido esta calidad drástica y oscura. La común novela de detectives tiene una profunda cualidad en común con el cristianismo; demuestra el crimen en un lugar del cual nadie sospecha: en toda buena novela de detectives el último será el primero, y el primero será último. El juicio al final de cualquier historia tonta y sensacional es como el juicio al final del mundo: inesperado. Así como la historia sensacional hace que el aparentemente inocente banquero o el aristócrata inmaculado de quien no se sospecha sea en realidad el autor del crimen incomprensible, así el autor del cristianismo nos dijo que al final el cerrojo caería con una brutal sorpresa y que quien se exalta será humillado.

Los escritos de las grandes religiones son tan terriblemente teatrales que Bernard Shaw dijo no hace mucho que el relato de la Crucifixión en los Evangelios era demasiado dramático para ser cierto. Lo que resulta bastante característico de la filosofía política fabiana que nunca vivió en el corazón de ninguna política heroica. La historia de Danton y Robespierre (para tomar un ejemplo accidental), con sus ‘discursos’, ‘bravura eterna’, ‘Si hacemos esto los hombres jamás olvidarán nuestros nombres’, ‘La sangre de Danton os ahoga’, ‘Existe un Dios’, demuestra lo que los hombres dicen. Esas cosas fueron dichas, y dichas repentinamente, porque el corazón del hombre estaba elevado. Cuando un hombre está en su máximo se halla en un estado indescriptible; dice la verdad o muere.

No nos ha tocado en suerte, ni a vosotros ni a mí, vivir en una era grandiosa o de éxtasis. Los hombres hablan del ruido y de la inquietud de nuestra época, pero creo que toda esta época, en realidad está bastante adormecida; todas las ruedas y todo el tránsito nos hacen dormir. Los chillones pistones y los martillos que todo lo destrozan constituyen una canción de cuna gigantesca y altamente tranquilizadora. Pero aun en nuestra tranquila vida creo que podemos sentir la gran realidad que alienta en el fondo de toda religión. Por más quietos que estén los cielos, o frescas las praderas, siempre tendremos la sensación de que si supiéramos lo que significan, ese significado sería algo poderoso y estremecedor. Acerca de la maleza más débil existe aún una diferencia sensacional entre comprender y no comprender. Contemplamos un árbol en infinito descanso; pero sabemos en todo momento que la verdadera diferencia está entre una quietud de misterio y un estallido de explicación. Sabemos en todo momento que la cuestión es si siempre seguirá siendo árbol o si de pronto se convertirá en alguna otra cosa.